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jueves, 15 de julio de 2010

Grande oscar ;)

Hay pocos entre nosotros que no se hayan despertado algunas veces antes del alba, después de una de esas noches sin sueño que nos hacen casi enamorados de la muerte, o de una de esas noches de horror y de alegría informe, cuando a través de las celdillas del cerebro se deslizan fantasmas más terribles que la misma realidad, impulsados por esa vida intensa que se esconde en todo lo grotezco. Gradualmente unos dedos blancos trepan por el cortinaje, que parecen temblar. Bajo negras formas fantásticas, sombras mudas reptan por los rincones de la habitación y allí se agazapan. Afuera, en el bullicio de los pájaros entre las hojas, el paso de los obreros dirigiendose a su trabajo, o los suspiros y sollozos del viento que sopla de las colinas y vaga alrededor de la casa silenciosa, cual si temiese despertar a los durmientes, que tendrían que llamar de nuevo al sueño en su cueva purpúrea. Velos y velos de fina gasa oscura se levantan y, gradualmente, las cosas recobran sus formas y colores, y asechamos a la aurora rehaciendo el mundo en su antiguo molde. Los vívidos espejos hallan nuevamente su vida mímica. La luces apagadas estan donde las habíamos dejado, y al lado yace el libro a medio cortar que recorríamos, o la costosa flor que llevabamos en el baile, o la carta que tenpiamos miedo de leer o que leíamos con demasiada frecuencia. Nada nos parece cambiado. Fuera de las sombras irreales de la noche resurge la vida real que conocimos. No es preciso reanudarla donde la dejamos, y se apodera de nosotros un terrible sentimiento de la continuidad necesaria, de la energía, en el mismo círculo fastidioso de costumbres estereotipadas, o quizás un salvaje deseo de que nuestros párpados se abran alguna mañana sobre un mundo que hubiese sido creado de nuevo en las tinieblas para nuestro placer, un mundo en el cual las cosas tendrían nuevas formas y colores, que estaría cambiado o que tendría otros secretos; un mundo en el cual el pasado ocuparía poco o ningún lugar o supervivencia, de todos modos, bajo la forma inconciente de la obligación o de pesar, ya que hasta la remembranza de la dicha tiene sus amarguras, y el recuerdo de los placeres, su dolor.

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